Pie de madera, manos de tijera

“Gracias Pablo querido, sus único, quedó impecable”, le dijo Hernán,un habitual cliente de la peluquería de Pablo Ruiz. Un hombre de 35 años que tiene una peluquería con su propio nombre. El alquila este lugar hace más de 10 años y lo va remodelando cada vez que la economía se lo permite. La peluquería está apenas amoblada, pero tiene las suficientes sillas y espejos como para atender a más de 5 clientes a la vez. Siempre hay un buen ambiente aquí adentro ya que siempre hay música actual y de fiesta, y el ambiente es muy distendido.



Hernán había ido acompañado de su hijo Julián, de siete años. El hombre de unos 50 años buscaba rejuvenecer su aspecto adulto que le daban sus canas, arrugas y barba desprolija. Vestido de traje, tras un arduo día de trabajo en su estudio jurídico, le pidió a el estilista que le haga el corte que él crea más indicado. 
Cada vez que a Pablo le piden algún corte en específico, él lo cumple a la perfección. Pero cuando le dan la libertad de hacer lo que él quiere, comienza a fantasear y a hacer relucir su talento que le dió varios trofeos en distintos concursos de peluquería.

Mientras Pablo le cortaba el pelo a Hernán, Julián jugaba con Dona,la perra de Pablo, una caniche toy de menos de un año que corre y ladra por toda la peluquería. Le gusta traer a su perrita a su lugar de trabajo, se siente un mal dueño si la deja en su casa. Asimismo no es mucho problema traerla, porque Pablo vive a media cuadra de su peluquería. Cuando terminó de contarle al padre, le indicó al hijo que se sentara en la silla que había dejado vacía su padre. 

Distinto a su padre, Julián le pidió a Pablo un corte en específico. “Quiero el corte de Adam Bareiro” (acto seguido le mostró una foto, con el celular de Hernán, del futbolista paraguayo que juega en San Lorenzo de Almagro). Pablo le colocó una capa de raso negra y prendió la máquina para cortar el pelo. Le rapó (casi dejándolo sin pelo) los costados y la nuca. Le humedeció lo que le quedaba de pelo largo y luego le peinó la parte de arriba del pelo, de forma tal que el jopo quede idéntico al del centrodelantero paraguayo. Le sacó volumen a su pelo con una tijera especial y se lo volvió a peinar.

El niño cuando se vio en el espejo sonrió sorprendido.  “¿Te gusta?” le preguntó Pablo. A lo que Julián, anonadado, asintió con la cabeza, como si se hubiese convertido en Adam Bareiro.  El peluquero le retiró la capa, le secó el pelo y le colocó cera para darle más brillo al pelo. 

Pablo es experto copiando cortes de futbolistas, sobre todo los de San Lorenzo, debido a que el cada lunes (mientras todos los demás peluqueros descansan) va a cortarle el pelo a los chicos que viven en la pensión de San Lorenzo, ubicada en el Bajo Flores. Estos chicos que juegan en las inferiores del club suelen pedirle a Pablo los cortes que tienen los jugadores del primer equipo. El llega cada lunes del mes a las 11 de la mañana, cuando los jugadores terminan de entrenar, y hace cortes hasta las 16, que es el horario en que los chicos deben ingresar a sus respectivas escuelas para continuar con sus estudios. 

Este no es el único trabajo alternativo que tiene Pablo en una especie de segunda vida. Además de su peluquería y de cortar cabelleras en las inferiores del club “cuervo”, él organiza eventos y fiestas. Todos los viernes a partir de las 22 en Derby, ubicado en el hipódromo de San Isidro, se realiza “Noise&Derby”, una fiesta para mayores de 30, organizadas por el peluquero. Estas fiestas se caracterizan por tener música de los 80´y 90´. Asimismo de 22 a 23 se puede disfrutar de un cocktail. Pablo ofrece un estacionamiento privado y sin cargo dentro del predio y deja que las mujeres consuman free toda la noche, mientras que los hombres deben pagar sus consumiciones. 

Hoy en día a Pablo se le está complicando llevar esta vida agitada, porque no puede caminar con normalidad por los próximos 2 meses. Esto se debe a una fractura de tobillo y peroné que se le produjo jugando al fútbol con sus amigos.  Dice haberse roto solo, en el momento que giró a buscar una pelota entrando en calor.  Es difícil para el trasladarse de un lugar a otro, ya que tiene una bota ortopédica y muletas. Para cortar el pelo se sienta en un banco por detrás de los clientes y con la silla giratoria en la que se sientan estos los rota para verlos mejor. 
El no se declara un fan del fútbol, pero lo aprecia debido a que es importante para su trabajo. El es amante de cortar pelo, organizar fiestas y de tatuarse. Pablo tiene tatuajes en sus dos brazos, en su torso, en su espalda y en sus piernas. Siempre con un look juvenil y un peinado fiel a su estilo, corta el pelo con una sonrisa de oreja a oreja todo el día. Le encanta la estética, por eso se fija mucho en su ropa y en su aspecto. Al ser tan fanático de la imagen, se divierte tratando de darle la mejor imagen a cada uno de sus clientes. “Me gusta dejar a la persona en su mejor versión, porque creo que eso mejora el ánimo. Me gustaría también poder entrenar a la gente y crear ropa personalizada, pero para eso no soy bueno.” dice Pablo. Además agrega su frase favorita: “Una paloma tiene alas para volar, pero no puede tocar el piano” , refiriéndose a que el solo puede ayudar a la gente en las áreas que el es bueno. Pablo se siente útil cuando sus amigos y amigas le piden ayuda para saber qué ponerse, pero siente que para poder recomendar con certeza tiene que estudiar eso y con el tiempo que pasa en su peluquería (está de 9 a 20 y a veces ni siquiera para para almorzar) es imposible. El sabe igualmente que esa es una cuenta pendiente en su vida. 






-“¿Cuánto es Pablo?” le preguntó Hernán.  
- “500 los dos” respondió el estilista.
- ¿Nada más? preguntó sorprendido el abogado. 

Hernán sacó un billete de 500 y pagó. Acto seguido se saludaron con un abrazo y se despidieron. Antes de que Hernán y Julián salieran por la puerta de la peluquería, Pablo le regaló al niño un pote de cera, para que pueda mantener su peinado igual que el de su ídolo. 

Cuando padre e hijo se fueron, Pablo ,sostenido por una muleta, empezó a barrer los pelos que habían quedado en el piso. Su amiga Zulema, también estilista de esta peluquería, le ofreció ayuda. Pablo se negó y le dijo: “Ordená la caja, apagá las luces y si la otra sala está limpia vamos para casa, ya son las ocho, es hora de cerrar”.  
Cuando ambos terminaron salieron de la peluquería en otra noche fría de invierno en el centro de San Isidro. Cerraron la puerta, se saludaron y se fueron cada uno por su lado. Ella en su moto roja como una cereza, y el, rengueando, que como pudo llegó con su perrita alzada en brazos. 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

La vuelta a Boedo: ¿Sueño o realidad?

Joven rusa engaña a gran parte de Nueva York

Fin de semana en el hospital: la pesadilla de los futbolistas